h1 style=text-align:center;La Verdad no se negocia, recuerda San Juan Bautista a los cristianos de hoy/h1
Queridos hermanos y hermanas
en este último miércoles del mes de agosto, se recuerda la memoria litúrgica del martirio de san Juan Bautista, el precursor de Jesús. En el Calendario Romano, es el único Santo del que se celebra tanto su nacimiento, el 24 de junio, como su muerte, por medio del martirio. La de hoy, por lo tanto, es una memoria que se remonta a la dedicación de una cripta de Sebaste, en Samaria, donde, ya a mediados del IV siglo, se veneraba su cabeza. El culto se extendió luego en Jerusalén, en las Iglesias de Oriente y en Roma, con el título de Degollación de san Juan Bautista. En el Martirologio Romano, se menciona un segundo hallazgo de la preciosa reliquia, transportada, para la ocasión, a la iglesia de S. Silvestre en Campo Marzio, de Roma.
Estas pequeñas referencias históricas nos ayudan a comprender cuán antigua y profunda es la veneración de san Juan Bautista. En los Evangelios se destaca muy bien su papel, con relación a Jesús. En particular, san Lucas narra su nacimiento, su vida en el desierto y su predicación. Y san Marcos nos habla de su dramática muerte, en el Evangelio de hoy. Juan el Bautista comienza su predicación en la época del emperador Tiberio, en el 27-28 d. C. Y la clara invitación que dirige a las personas que acudían a escucharlo, es la de preparar el camino para acoger al Señor, allanando los senderos y nivelando los caminos desparejos de la propia vida, a través de una conversión radical de corazón (cfr. Lc 3, 4).
Pero el Bautista no se limita a predicar la penitencia, sino que, reconociendo a Jesús como Cordero de Dios, que vino para quitar el pecado del mundo (Jn 1, 29), tiene la profunda humildad de indicar a Jesús como verdadero Enviado de Dios, haciéndose a un lado, para que Él pueda crecer, ser escuchado y seguido. Como último acto, el Bautista testimonia con su sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios, sin desmayar o dar marcha atrás, cumpliendo hasta el fondo su misión. San Beda, monje del siglo IX, en sus homilías, dice así: Por [Cristo] dio su vida, a pesar de que no recibió la orden de renegar a Jesucristo, sino sólo la de callar la verdad. Y puesto que no calló la verdad, murió por Cristo, que es la verdad (Hom. 23: CCL 122, 354). Precisamente, por amor a la verdad, no pactó y no tuvo miedo de dirigir palabras fuertes a los que habían perdido el camino de Dios.
Ahora veamos a esta gran figura, su fortaleza en la pasión, su resistencia contra los poderosos. Nos preguntamos ¿de dónde nace esta vida tan recta, tan coherente, gastada de forma tan plena por Dios y para preparar el camino a Jesús? La respuesta es simple: de su relación con Dios, de la oración, que es el hilo conductor de toda su existencia. Juan es el don divino que sus padres, Zacarías e Isabel habían invocado durante mucho tiempo (cfr. Lc 1,13), un gran don, humanamente inesperado, porque ambos eran de edad avanzada e Isabel era estéril (cfr. Lc 1,7), pero es nada imposible para Dios (cfr. Lc 1:36).
El anuncio de este nacimiento se produce precisamente en el lugar de la oración, en el templo de Jerusalén, es más sucede cuando a Zacarías le toca el gran privilegio de entrar en el lugar más sagrado del templo para hacer la ofrenda del incienso al Señor (cfr. Lc 1, 8-20). También el nacimiento del Bautista está marcado por la oración: el canto de alegría, de alabanza y de agradecimiento que Zacarías eleva al Señor y que rezamos todas las mañanas en los Laudes, el «Benedictus», exalta la acción de Dios en la historia e indica proféticamente la misión del hijo Juan: preceder al Hijo de Dios hecho carne para prepararle los caminos (cfr. Lc 1, 67-79). Toda la existencia del Precursor de Jesús está alimentada por la relación con Dios, en particular, el período transcurrido en regiones desiertas (cfr. Lc 1, 80), regiones desiertas que son lugar de la tentación, pero también lugar en el que el hombre siente su propia pobreza porque está privado de los apoyos y las seguridades materiales, y comprende que el único punto de referencia sólido es Dios mismo. Pero Juan Bautista no es sólo hombre de oración, de contacto permanente con Dios, sino también una guía hacia esta relación con Dios. El Evangelista Lucas refiriendo la oración que Jesús enseña a los discípulos, el «Padrenuestro», anota que la petición es formulada con estas palabras: «Señor enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos» (cfr. Lc 11, 1).
Queridos hermanos y hermanas, celebrar el martirio de san Juan Bautista nos recuerda también a nosotros, cristianos de nuestro tiempo, que no se puede descender a compromisos con el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad. La Verdad es verdad y no hay compromisos. La vida cristiana exige, por decirlo de alguna manera, el «martirio» de la fidelidad cotidiana al Evangelio, es decir, el valor de dejar que Cristo crezca en nosotros y sea Él quien oriente nuestro pensamiento y nuestras acciones. Pero esto sólo puede suceder en nuestra vida si la relación con Dios es sólida. La oración no es tiempo perdido, no es robar espacio a las actividades, incluso a las apostólicas, sino que es exactamente lo contrario: sólo si somos capaces de una vida de oración fiel, constante y confiada, será el mismo Dios quien nos dará la capacidad y la fuerza para vivir de modo feliz y sereno, para superar las dificultades y testimoniarlo con valor. Que san Juan Bautista interceda por nosotros, a fin de que sepamos conservar siempre la primacía de Dios en nuestra vida.
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